Las horas pasan a un ritmo desmesurado mientras que mi corazón dejó hace tiempo de latir. Y es que desconozco su paradero. Ignoro su destino. No sé nada de él. Dónde se habrá escondido. Con quién estará en este instante. Tendrá sus razones, piensas ingenua. Sin embargo, el trasfondo de tu corazón desprende desconcierto. Siempre sueñas con que en todo momento se acuerde de ti. Cuando mire las estrellas que vea tu rostro en una de ellas, en la más brillante. En un día gris se pare a pensar en ti frente a aquella foto que os hicisteis juntos.
Películas. Cuentos. Fantasía. Malditas leyendas que nos hicieron crecer haciéndonos creer que nuestra vida sería fácil. Ahora, que ya tienes uso de razón, todo te parece un camino empedrado y serpenteante, infinito. Una vez te pareció rozar el cielo con las yemas de tus dedos. Ahora, mírate. Desplomada. Hundida. Perdida en el pasado. Nadando entre mareas de recuerdos. Imágenes, voces, escenas que bombardean tu cabeza y que te gustaría olvidar, pero que es imposible. Aquella sonrisa. El vaivén de sus ojos desnortados. Aquel abrazo inusitado. Aquel paseo sin rumbo. Al fin y al cabo él. Le odias, pero a la vez le quieres. Le odias porque te hace sufrir. Porque te corta la respiración. Le odias por hacer que le quieras locamente. Y piensas entonces qué fue lo que hizo para que te robara el corazón de aquella forma. ¿Fue el hilo de su melodiosa voz? ¿Fueron aquellas pupilas que en silencio no paraban de hablarme? No lo sé. Confías en oír el sonido de tu móvil, oírlo vibrar. Es más, estás tan obsesionada con ello que te parece oírlo, en balde. Sé realista. No está. Al menos junto a ti. Todo se acabó. De nada sirve recordar lo que en otra vida pasó. “Lo pasado, pasado está”. Cómo odio esa frase. Nuestra vida está hecha de retales del pasado. Nuestra vida está hecha de momentos. Momentos álgidos y momentos en los que deseas rendirte y morir. Es hora de pasar página en el libro de tu vida. Es hora de echar a volar.