Bailando sobre hielo fino
Y, de repente, vuelven a ti. Sin avisar. Se cuelan en tu cabeza y en tu mente sin previo aviso. Te bombardean esos momentos que creías tener escondidos y sobreenterrados. Aquel primer beso en medio de aquel jardín. Vuestra canción. Vuestros lugares. Vuestras palabras. Todas esas secuencias que tú convertiste en blanco y negro y que ahora recobran todo su color. Puedes sentirlo. Puedes incluso oíros hablar. Es entonces cuando esa maldita voz te hace recordar quién eres y todo lo que llevas dentro, destruyendo la barrera que te permitía mantenerte en pie. Ese momento te hace recapacitar. Darle vueltas a todo. Volver a hacerte preguntas absurdas. ¿Y si, después de todo, debería dar un paso atrás? ¿Y si éste es el camino equivocado? Pero, poco después, te das cuenta. Vuelves a ti. Te percatas de que todo esto era efecto de una bonita película. De esas que te hacen soñar. Esas películas que te recuerdan a ti. Te das cuenta, entonces, de que tu elección ha sido la acertada. Porque, al fin y al cabo, el daño sigue ahí. La estaca que él más de una vez te clavó en el pecho sigue intacta. Vuelves a tu vida. Decides seguir adelante. Bailando sobre una capa de hielo fino. Dejando atrás todo aquello que un día tuviste y que hoy no tienes. Aquello que entonces dibujaba en ti una sonrisa y que ahora, sin embargo, te hace llorar. Llorar por dentro, porque prefieres que todo eso se quede así. Petrificado.